RUTH BADER GINSBURG: UNA VIDA DEDICADA A QUE LAS MUJERES PUDIERAN VIVIR



Se necesita más que una simple entrada de un modesto blog para hacer justicia a una mujer que lleva toda su vida estando al servicio de la Justicia. Se trata de la jueza de la Corte Suprema de los EEUU Ruth Bader Ginsburg, miembro de la Corte desde 1993. La vida de esta mujer de 87 años es toda una historia de superación profesional y personal (ha sobrevivido a 4 cánceres desde finales de los años 90, y lleva unos mesen recibiendo tratamiento por el último, según hemos podido saber ayer), tanto es así que se ha convertido en todo un icono pop entre los jóvenes gracias a un documental sobre su vida (muy recomendable) estrenado en 2018: “RBG”. Las iniciales de su nombre nos hacen ver en una primera aproximación el por qué de ese éxito de masas: a pesar de su avanzada edad, sigue siendo una mujer de espíritu joven, el mismo que siempre la impulsó a luchar por conseguir la igualdad legal entre hombres y mujeres. Sus sesiones de entrenamiento semanales (3 veces por semana con un entrenador personal), sus apariciones por sorpresa en óperas, caracterizada como una más del reparto o sus conferencias por el país llenas hasta la bandera muestran a una jurista respetada y admirada. Ha sido bautizada popularmente con el apodo “Notorious R.B.G.”, en honor al conocido rapero afroamericano “Notorious B.I.G.”, asesinado en 1997 y considerado por muchos como una de las grandes figuras del rap. Lejos de ignorar o querer escapar de ese apodo, Ruth Bader Ginsburg bromea con la comparación y homenajea al artista, dejando ver ese sentido del humor que sólo abandona a las almas viejas.


- Charlie Rose: ¿Y cuando te dicen Notorious RBG te gusta?

- Ruth Bader Ginsburg: Mis secretarios me preguntan: "¿sabes de dónde viene el nombre?". Sí, he oído sobre Notorious B.I.G. y me parece natural porque tenemos una cosa muy importante en común Notorious B.I.G. y yo: los dos hemos nacido y hemos sido criados en Brooklyn, Nueva York. 

INICIOS

Días antes de su ceremonia de graduación del instituto, su madre falleció como consecuencia de un cáncer. La figura de su madre marcó a la jueza, la cual la recuerda siempre pronunciando esta lección que quería que su hija nunca olvidara: “Tenía dos mensajes para mí cuando era pequeña: ser una dama, no distraerme con emociones como la ira o el resentimiento, esto sólo consume energía y hace perder el tiempo; y el otro era que fuera independiente. Sí, ella esperaba que conociera a mi príncipe azul y viviéramos felices pero remarcó la importancia de ser capaz de valerme por mí misma”.

Con este leitmotiv, Ruth Bader Ginsburg entró en la Universidad de Cornell para estudiar Ciencias Políticas (los llamados undergraduate studies). En un primer momento, la jueza quiso ser profesora de Historia de instituto pues, decía, era lo que la sociedad esperaba y potenciaba en una mujer (recordemos que nació en 1933 y que comenzó sus estudios universitarios en los años 50). Sin embargo, ese espíritu guerrero todavía no había florecido en ella. Fueron en esos años en Cornell donde, tras varias citas (nunca repitió con ningún chico, confesó en una entrevista) conoció en una cita a ciegas al que sería su eterno compañero de viaje: Martin Ginsburg. Este joven y prometedor abogado fiscalista dejó su brillante carrera para seguir a su mujer y apoyarla en la hercúlea tarea de conseguir la igualdad legal entre hombres y mujeres. Como señaló en una entrevista: “era el primer chico que conocía al que le importaba que tuviera cerebro”. En 1954, la pareja se casó.

A la izquierda, Ruth y Martin en su vida universitaria. A la derecha, el matrimonio parodiando los estigmas de la época.

En 1956, tras un parón de 2 años en los que Martin tuvo que servir en el ejército y tras tener su primera hija, Ruth y él comenzaron sus estudios en la escuela de Derecho de Harvard. Ruth era una de las 9 mujeres que ese año entraron, compartiendo clase con 543 hombres. Tal era la excepcionalidad de la presencia femenina en las aulas -decisión tomada pocos años atrás- que el decano de la facultad organizaba una cena de bienvenida a las estudiantes al comienzo del curso. Esta velada nunca será olvidada por la futura jueza pues dejó una fuerte impronta en ella, fruto de la indignación: en medio de la cena, el decano fue preguntando una a una a las nueve estudiantes por qué creían que merecían ocupar una plaza que habría sido para un hombre.

Foto de la clase de Ruth Bader Ginsburg en Harvard. Eran 9 mujeres entre 543 hombres. 

Ruth fue pasando de curso y alzándose como la número uno de su clase hasta que en 1958 a Martin le diagnosticaron un cáncer testicular. Durante su convalecencia y tratamiento, Ruth hubo de asistir a sus clases, las de su marido, cuidar de su hija cuando Martin estaba débil y pasar a limpio los apuntes de ambos en el silencio de la madrugada. Esta experiencia, que sorprendía a profesores y compañeros, dejó ver la madera de la que Ruth estaba hecha. Ya recuperado y graduado, Martin fichó por un prestigioso despacho de abogados, teniendo que trasladarse a Washington D.C. Ruth siguió a su marido y pidió un cambio de matrícula a la Universidad de Columbia, en donde se graduó en 1959. Una vez egresada y con un expediente brillante, intentó conseguir trabajo en algún despacho de abogados de la ciudad pero, o bien no contrataban mujeres, o bien ya tenían cubierta “la cuota”. Tras una estancia de investigación en Suecia, cuyos niveles de igualdad entre hombres y mujeres la sorprendieron enormemente, consiguió finalmente un puesto de profesora asociada en la universidad Rutgers en 1963, en donde enseñaba una asignatura sobre género y Derecho. Esta no era la vida que Ruth había soñado, pero le permitió profundizar en las leyes que discriminaban por cuestión de género y engendrar en sus estudiantes la llama por la igualdad. En 1969, Bader Ginsburg se incorporó a la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU en inglés) como voluntaria para ganar experiencia procesal, dentro la cual habría una sección dedicada a la defensa legal de la igualdad. Su destino cambió cuando, un día, Martin le pasó un caso que había llegado a su despacho: a un hombre la administración le había denegado una desgravación fiscal para el pago de una cuidadora que atendía a su anciana madre simplemente porque era un hombre soltero y no una mujer, la ley sólo reconocía ese tratamiento fiscal a viudas, mujeres solteras u hombres casados cuya mujer estuviera incapacitada. Ruth encontró aquí un filón para probar que las leyes discriminaban por cuestiones de género: los jueces verían de forma más latente que un hombre era discriminado por razón de su género que si fuera el caso de una mujer. Quería seguir el ejemplo de la lucha ante los tribunales por la igualdad racial y lo apostó todo a esta estrategia: quería convencer a unos hombres togados que no creían en la discriminación sexual que ésta existía en las leyes y que “no situaba a las mujeres en un pedestal sino en una jaula”. Así, cambiaría las leyes a través de las sentencias. 

CASOS

Éste fue el primer caso defendido por la joven abogada (junto a Martin, que se encargaba de los aspectos fiscales) ante la Corte Suprema de los EEUU en 1971, compuesta en su totalidad por hombres. Moritz vs. Commissioner of Internal Revenue supuso una gran victoria para el movimiento feminista y para la mujer que lo había conseguido. Como señalaron en sus escritos, “El estatuto no hizo la distinción impugnada como parte de un plan que se ocupa de las diversas cargas de los dependientes a cargo de los contribuyentes, sino que hizo una discriminación especial basada solo en el sexo, que no puede sostenerse. Si el Congreso hubiera deseado brindar alivio a las personas de bajos ingresos y que soportaran cargas especiales de los dependientes, los medios estaban disponibles a través de clasificaciones orientadas a tales objetivos, sin utilizar la discriminación injusta basada únicamente en el sexo”. La Corte les dio la razón.

El siguiente caso, Frontiero vs. Richardson (1973) (1), supuso un jarro de agua fría pues no consiguieron convencer al tribunal al comparar la discriminación por razón del género con la racial. Sharron Frontiero era una teniente de la Fuerza Aérea estadounidense y quería que a su marido se le considerara como dependiente de ella para poder percibir una asignación económica, lo mismo que sucedía con las mujeres de los hombres militares. Merece la pena detenerse y profundizar en los alegatos de este caso pues demuestran con claridad la estrategia legal y el razonamiento que seguía Ruth Bader Ginsburg en todos sus casos. Ésta es una parte de su intervención ante la Corte:




-Señor presidente, con la venia del tribunal. Amicus (expresión latina que significa el papel que un tercero en un caso realiza colaborando con una parte procesal o el tribunal) ve este caso como pariente del caso Reed v. Reed. El juicio legislativo realizado en ambos deriva del mismo estereotipo: el hombre es o debería ser la parte independiente en una unidad matrimonial y la mujer, con alguna excepción ocasional, es dependiente, protegida por la experiencia de quién se gana el pan (…). Lo que es conocido por todos es que, empleando un criterio sexual, personas idénticas son tratadas como diferentes. El hombre militar casado obtiene beneficios para sí mismo, así como para su cónyuge, independientemente de sus ingresos. A la mujer militar casada se le niega atención médica para su cónyuge y el subsidio para ella y su cónyuge, incluso si, como en este caso, proporciona más de dos tercios del sustento de la unidad matrimonial. Por estos motivos, amicus cree que estos términos relacionados con el sexo usados por el Congreso no alcanzan el estándar de racionalidad (…). El sexo, como la raza, es una característica visible e inmutable que no tiene una relación necesaria con la capacidad. El sexo, como la raza, han sido la base para asunciones injustificadas o, hasta el momento, no probadas, afectando al potencial de un individuo para desempeñarse o contribuir a la sociedad. (…) las mujeres a día de hoy hacen frente a una discriminación en el trabajo tan perversa y  más sutil que la discriminación que afecta a grupos minoritarios. (…) Estas distinciones tienen un efecto común: mantienen a las mujeres en su lugar, un lugar inferior al que ocupan los hombres en nuestra sociedad. (…) Al pedirle a la Corte que declare el sexo como un criterio sospechoso, Amicus insta a una posición fuertemente fijada en 1837 por Sara Grimke, destacada abolicionista y defensora de la igualdad de derechos para hombres y mujeres. No habló con elegancia, sino con una claridad inconfundible. Ella dijo: “No pido ningún favor por mi sexo. Todo lo que pido a nuestros hermanos es que nos quiten los pies del cuello””.

A este caso le siguieron otros como Kahn v. Shevin (1973), Weinberger v. Wiesenfeld (1974), el caso de un viudo que dependía económicamente de su mujer fallecida en el parto y al que le denegaron las ayudas económicas por estar destinadas a las mujeres viudas, convenciendo por unanimidad a los jueces; Edwards v. Healy (1974) o Califano v. Goldfarb (1976) entre otros, siendo este ultimo el  caso de un viudo al que no le daban la pensión por no depender en un 50% de los ingresos de su difunta esposa como exigía la ley, no siendo el caso de las mujeres viudas, las cuales no tenían que cumplir ningún requisito para acceder a esas ayudas. Todos estos casos ponían de manifiesto la firme (y evidente) convicción de Ruth Bader Ginsburg: “Los hombres y las mujeres son personas con la misma dignidad y deberían contar igual ante la ley”.


En 1980, el presidente Carter la nombró jueza de la Corte de Apelaciones del distrito de D.C. y, en 1993, el presidente Clinton la nominó para ser jueza de la Corte Suprema. Aunque sea al otro lado del estrado, su lucha aún no ha terminado.


En primer lugar, Ruth Bader Ginsburg junto al presidente Bill Clinton en el momento en que se hizo oficial su nominación para ser jueza de la Corte Suprema de los EEUU, en los jardines de la Casa Blanca. En el centro, momento en la comisión que evaluaba la candidatura de Ginsburg en el Senado en donde Martin le dedica un cariñoso gesto. Por último, acto de promesa de su cargo como jueza de la Corte Suprema, con Martin sujetando la Biblia.


APM

(1) Frontiero v. Richardson. (n.d.). Oyez. Retrieved July 18, 2020, from https://www.oyez.org/cases/1972/71-1694

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